Una de las obras arquitectónicas que más me impresionó en mi época de estudiante fué sin duda la grandiosa cúpula que Brunelleschi diseñó para culminar la Basílica de Santa María de las Flores de Florencia; por suerte, unos años después ya olvidados  los manuales y las diapositivas, pude disfrutar in situ de esta obra de arte del renacimiento italiano, que atrae todos los años miles de turistas a la ciudad.  Sin duda, los avezados arquitectos que se hicieron con el concurso de ideas de las Cúpulas del Duero tuvieron su inspiración en el maestro Filippo, si bien, no se pararon a pensar que estas magnas obras de arte necesitarían cada una de ellas de un presupuesto por encima del millón de euros al año tan solo de mantenimiento.

Curiosamente cuando siempre somos los últimos en recibir inversiones en materia de infraestructuras de cualquier tipo, en este caso nos pusimos al frente del pelotón y sin darnos cuenta se habían expropiado a particulares a precio de oro uno terrenos lindantes con una zona de especial protección comunitaria y en gran parte inundable, para ejecutar el proyecto diseñado en un despacho de Valladolid, denominado la Ciudad del Medio Ambiente, y su hito de referencia, la Cúpula de la Energía.

El medio ambiente, aunque degradado sigue perviviendo, la ciudad ni se aprecia su estructura urbanística ni se  intuye su entramado edificado, sin embargo, tenemos cúpula, erigida en medio de la nada, espléndida e inacabada, sin saber porqué y para qué ha sido construida.

Quizá todo ha sido un mal sueño, aquellas maquetas que vimos por primera vez en la Expo de Zaragoza, donde se intuía un proyecto que por suerte nos iba a sacar del ostracismo y el abandono, con grandes empresas limpias, de “batas blancas”, que ya proclamaban una década antes los amigos de Deyna, se ha vuelto a quedar en nada, muchos fondos estructurales de nuestros amigos del norte, nuevamente dilapidados, sin un retorno en puestos de trabajo y desarrollo económico para la provincia, precisamente ahora, cuando más necesitados estamos de mantener los servicios sociales básicos en un territorio al margen de la denominada Agenda de la Población.